Acto primero
La acción transcurre hacia 1830, en una provincia interior sudamericana. El joven Mariano regresa de incógnito a su patria, luego de 20 años de ausencia. Su padre, un fiero caudillo patriarcal, había decidido para su hijo un educación europea, y siendo éste un niño lo arrancó de los brazos de su madre y de la hermana, y lo envió a Francia. Ahora el caudillo ha muerto, a causas de la heridas recibidas en una confusa guerra civil, y la viuda, María, luego de un breve luto, se ha vuelto a casar con Dalmacio, hermano y ministro de aquel.
Mariano, a quien un terrible insomnio ha acosado durante el largo viaje, no reconoce la casa natal, pues Dalmacio se apresuró a reformarla para convertirla en una mansión neoclásica. Pero el arquitecto bárbaro no supo seguir sus instrucciones y las obras están paralizadas. El resultado es monstruoso, onírico: una confusión de andamios y escombros, columnatas griegas y barroco español, escaleras que no conducen a ninguna parte ... Todo es extraño para Mariano, no sabe si está dormido o despierto, el francés y el español se le mezclan. Sólo una mujer parece saber de él. Con ella desaparece tras los escombros.
Alma, la hermana doliente, aparece seguida por el coro de Lacrimosas. La joven alude al horrible secreto que a ella también la mantiene insomne, anhela su soledad y procura librarse de las Lacrimosas. Estas descubren tras los escombros al desconocido, jugando como un niño con sablecito de latón ya oxidado. Mariano aparece y avanza hacia su hermana hablándole en francés idioma que ella ignora. Alma rechaza con odio al "extranjero", y llega incluso a herirlo en una mano con el cuchillo de su Padre, que guarda siempre entre sus ropas. Cuando Mariano por fin se da a conocer en español, Alma sufre una profunda conmoción. Ambos hermanos recuerdan con ternura, un paraíso perdido, los juegos de la infancia. Irrumpen María, Dalmacio y los Galerudos, que han recibido noticias de la llegada del "extranjero". El cuadro familiar del reencuentro no logra ocultar la sorda hostilidad entre madre e hija. No obstante, las dos mujeres sellan al cabo una suerte de armisticio, recordado los cuidados maternales que ambas le dispensaban a Mariano. Por último, Dalmacio, fastidiado, echa a las mujeres. Los dos hombres quedan solos, rodeados por los Galerudos. Dalmacio, un individuo ilustrado, desdeñoso y frío, informa a Mariano sobre los suceso que rodearon la muerte del Padre, su toma obligada del poder para evitar la anarquía en la provincia, las diferencias de su gobierno con el del viejo caudillo. De las cuestiones relacionadas con el poder se deriva hacia la disputa filosófica y literaria. Ambos descubren que escriben versos, y ello termina en una justa poética en la cual confrontan dos mundos: el neoclásico y el romántico.
Finalmente, las mujeres hacen una abrupta entrada, poniendo fin al combate literario. Han tejido una corona de laureles para Mariano, "el héroe que ha regresado de lejanas tierras", y con dejo burlón lo coronan y le dan la bienvenida, ante la mirada despectiva de Dalmacio: "Mujeres, mujeres ...".
Acto segundo
Mariano, en su aposento, no concilia el sueño. Alma entra como un aparición y se desliza hacia la cama de su hermano. Desde todos los rincones aparecen las Lacrimosas y espían la escena. En una atmósfera enrarecida, Alma recuerda la noche en que el caudillo regresó de la batalla, victorioso, con heridas al parecer leves. Pero esas heridas, en lo hondo de la noche y en el lecho conyugal se agravaron. Y el amanecer lo devolvió muerto, entre los gritos de María que acusaba de haber ocultado a todos otra herida, grave, secreta y fatal. Alma desliza en Mariano la idea de que esa herida en realidad no existía y que el Padre fue asesinado por Dalmacio y la madre, quienes ya eran esposos en las sombras, antes de serlo a luz del día, Alma echa mano a todos los recursos para inducir a Mariano a la venganza. Con feroz, inocente audacia, in siquiera el incesto la detiene.
También la madre y Dalmacio son atisbados en su aposento por los Galerudos. En el lecho conyugal, Dalmacio duerme, pero María; vela, en un angustioso y oscuro presentimiento. No sabe si está dormida o despierta. Sentado a unos metros, observándola descubre al Padre ensangrentado. La viuda y el muerto cruzan reproches largamente contenidos. Dalmacio se despierta y también "ve" al Padre. Los dos hombres se acusan ásperamente, hasta que el Padre se retira, lento, no sin antes anunciar en tono misteriosos su triunfal retorno.
En el gran vestíbulo, Lacrimosas y Galerudos están conmovidos por los acontecimientos de esa noche aún no terminada. Mariano entra, agitado, tratando de rehuir de Alma, que lo sigue como una sombra. Luego aparecen María y Dalmacio. Acuciada por la culpa, la madre revela su visión nocturna y comienza a enredarse en contradicciones. Dalmacio interviene para salvar al situación y se enfrenta violentamente con Alma. Pero Mariano detiene la discusión y le implora a la madre que le descubra la verdad. Reaparece entonces el fantasma del padre, silencioso y se instala entre ellos. En medio de una atmósfera sonámbula, lo oculto finalmente se abre paso, y María, Dalmacio y el caudillo reproducen, ante los hijos espectadores, el alevoso asesinato. Con el mismo sonambulismo, el Padre entrega el cuchillo a Mariano, y el insomne mata con él a Dalmacio, quien se lamenta, antes de morir, que le quita la vida un "mal poeta". La madre, estupefacta, se arrodilla ante él y en un gesto de última pasión se unta con la sangre de su amante. Luego, grave y terrible se dirige hacia Mariano y le saca el cuchillo de las manos. Perdona a Alma, pero "al otro, al lampiño, al afrancesado, al que vino de oscuras tierras de desgracia", lo maldice. Y con un gesto relampagueante se degüella frente a él de un tajo. Mariano queda paralizado de horror. Alma quita el cuchillo de manos de la madre, mientras el caudillo se aleja silencioso.
Acto tercero
Presbiterio de una antigua iglesia abandonada
En las gradas del altar, Mariano es un guiñapo tembloroso. La oscuridad es casi absoluta y Mariano, sumido en la mayor angustia cree estar muerto en el infierno. Pero en medio de la locura, una débil llama de razón continúa iluminándolo, pertinaz. Alma viene en busca de su hermano, rodeada de una partida de hambres terribles, espectrales, patibularios: los fieles del caudillo. La mujer insta al hermano a completar la obra iniciada: ponerse al frente de esos hombres, tomar el poder y, restaurando el sistema de terror del padre, aniquilar a los enemigos que aún quedan, los partidarios de Dalmacio.
Mariano se debate entre la atracción hipnótica que ejerce sobre él su hermana, y a la vez la culpa que lo embarga y sus propios ideales. Alma, por su parte, se ha convertido en una criatura salvaje, primitiva. No obstante, no puede transgredir su condición femenina e impartir las órdenes que la Partida infernal espera. Sólo a través de Mariano, como instrumento suyo podría hacerlo. Pero el hermano se resiste. Entonces Alma echa mano al argumento definitivo: Mariano está ligada a ella por la sangre y el incesto, y por el fruto de ese incesto que ella está gestando. Mariano vacila y está por tomar el cuchillo del padre que ella le ofrece. Pero en este punto, el Misterio vuelve a irrumpir y reaparece la extraña mujer del Prólogo, ya manifestada como la Virgen.
Al estilo de los Milagros de Bercero se establece entonces una disputa por el alma de Mariano entre las potencias infernales (la Partida) y las celestiales (el Coro de la Virgen). El combate finalmente se dirime: las huestes demoníacas son condenadas al letargo nocturno, y a Mariano se le otorga el despertar a la luz.