ACTO I
Escena 1
En la sala de guardia del castillo de Aliferia, en Zaragoza (España), los guardias hablan de los asuntos de su comandante, el Conde de Luna. Comentan que el Conde pasa las noches bajo el balcón de la elegida de su corazón, que parece preferir las serenatas de cierto trovador...
Los soldados que luchan contra el sueño, hacen que un viejo oficial, Ferrando, les vuelva a contar la terrible historia de García, hermano menor del Conde de Luna. García estaba todavía en la cuna cuando una horrible bruja le arrojó un maleficio. El empezó a debilitarse, y su padre creyó poder salvarlo enviando a la vieja gitana a la hoguera. Pero ésta tenía una hija que, para vengar a su madre, arrebató al niño. Nunca se encontró al pequeño García ni a su raptora. Sólo los restos calcinados de un niño de su edad encontrados en el lugar donde se ajustició a la bruja, éstos sugerían que el niño había sido víctima de crueles represalias.
Sin embargo, el viejo Conde creía que su hijo estaba vivo y en el lecho de muerte, hizo prometer a su hijo que continuaría con la búsqueda. El mismo Ferrando está seguro de poder reconocer a la hija de la bruja, incluso después de haber pasado veinte años. Todavía hoy, se considera que la bruja, en persona, aparece por el palacio. Cuando suenan las doce campanadas de medianoche, los hombres se dispersan presos de un miedo supersticioso.
Escena 2
La escena se desarrolla, igualmente, por la noche, pero en los jardines del palacio
Leonora está haciendo confidencias a su doncella Inés sobre el amor que ella siente por un caballero desconocido que coronó tras su victoria en un torneo, pero que no volvió a ver tras el estallido de la guerra civil. Después, una noche, escuchó a un trovador que le daba una serenata en el jardín y ella reconoció en él al caballero de la armadura negra. Inés considera que esta relación es peligrosa y le aconseja que la olvide. Pero Leonora reafirma su pasión y dice que su amor por el trovador es eterno.
Entra en el palacio acompañada de Inés y mientras tanto aparece el Conde. Quien declara su amor por Leonora y al escuchar la voz de su rival, el trovador, Manrico, es devorado por los celos. Se tranquiliza desde el momento en que Leonora se arroja a sus brazos. Pero lo que ha ocurrido es que, en la oscuridad de la noche, ella lo ha confundido con Manrico. Un rayo de luna que atraviesa las nubes deshace el malentendido, y los tiernos impulsos de Leonora cambian de persona. El Conde de Luna furioso y Manrico embelesado se enfrentan violentamente. El primero amenaza al segundo, el cual tiene la doble culpa de ser su rival afortunado y un proscrito político. Toman la espada y se alejan para batirse en duelo, mientras que las joven cae desvanecida.
ACTO II
Escena 1
Campamento de gitanos al pie de las montañas
Los nómadas cantan alegremente mientras trabajan (“coro del yunque”). Posteriormente son interrumpidos por el lamento lúgubre de una mujer sentada cerca del fuego: Azucena. Ella habla de un acontecimiento lejano que ya fue contado en el primer acto: la ejecución de una pretendida bruja condenada a ser quemada viva...
El día avanza y los gitanos se dispersan. Sólo quedan Azucena y un joven (Manrico en persona) que la urge a que hable mas sobre esta visión horrorosa que parece obsesionarla. Ella le vuelve a contar la historia de la bruja ajusticiada, con detalles escalofriantes, pero añadiendo una revelación capital: era tal su enloquecimiento por el dolor que estaba indiferente a todo lo que no fuera la venganza reclamada por su madre, y en estas circunstancias y en plena locura, el niño que ella arrojó a las llamas no era el hijo del Conde sino su propio hijo.
Manrico que creía ser su hijo, le pregunta entonces con una cierta ingenuidad: “Pero, entonces, ¿quién soy yo?”. Azucena se desdice enseguida, pretendiendo que ella ha perdido la cabeza cuando ha evocado la terrible tragedia y asegura al joven que es su hijo, ¿sus cuidados maternales no le han salvado la vida?.
Manrico, entonces, le cuenta que después de su duelo con el Conde, al que inexplicablemente perdonó cuando lo tenía a su merced, fue vencido y dejado por muerto en el campo de batalla por su adversario menos generoso. Azucena le hace jurar que él no vacilará en matarlo si la ocasión se presenta de nuevo. Su conversación es interrumpida por la llegada de un mensajero trayendo la noticia de que Leonora, creyendo a Manrico muerto, va ha ingresar en un convento esa misma noche. A pesar de los esfuerzos de Azucena que quiere retenerlo, el trovador salta sobre un caballo y desaparece.
Escena 2
El Conde ha reunido a sus seguidores en el convento cerca de Castellor, donde Leonora tiene la intención de tomar el hábito. Él está decidido a impedírselo a cualquier precio y luego llevársela. Una campana anuncia el comienzo de la ceremonia, pero el Conde está cada vez más determinado a que Leonora sea suya. Ella pertenecerá al Conde y no ha Dios. Ignorando al coro de religiosas que exhortan a la oración, el Conde continua reclamando para él a Leonora.
Leonora, acompañada por algunos sirvientes afligidos, se prepara a cruzar el umbral del convento. el Conde sale de su escondite y va a tomarla cuando un hombre se interpone: “¡Manrico!”. Todos lanzan exclamaciones liberando los diversos sentimientos que origina el ver al trovador resucitado; quien no tiene ningún problema en persuadir a Leonora para que lo siga. El Conde no quiere renunciar a su presa, pero los partidarios de Manrico lo desarman.
ACTO III
Escena 1
Al levantarse el telón se escuchan los cantos alegres de un coro de soldados en el campamento del Conde de Luna, que va a atacar una plaza fuerte, Castellor, defendida por Manrico. Ferrando anuncia la captura de una gitana acusada de espionaje. Es Azucena que, encadenada, es arrastrada hasta los pies del Conde. Ella responde con evasivas a los interrogatorios hasta el momento en que Ferrando, que la ha reconocido, la denuncia. Ella se traiciona a sí misma al llamar a Manrico para que la ayude. Entonces el Conde se regocija: al ajusticiar a Azucena, conseguirá dos objetivos a la vez, alcanzar a la madre de su peor enemigo y a la homicida de su hermano.
Escena 2
En el interior del castillo de Castellor, donde Manrico se ha refugiado con Leonora, cerca de la capilla donde va a celebrarse el matrimonio de ambos. El primero da sus órdenes a la vista de como discurre la batalla. Después busca a su prometida para tranquilizarla. Manrico canta su amor por Leonora: “Ah, sì, ben mio” (“Ah, sí, amor mío, soy tuyo”). Todo está dispuesto para la celebración del matrimonio y se oye en la lejanía el órgano de la capilla del castillo. Pero el dúo de amor no dura mucho, Ruiz, lugarteniente de Manrico, entra con la noticia de que Azucena ha sido apresada por las tropas del Conde. Desde las ventanas del castillo se ve a Azucena que es conducida por los soldados a la hoguera. Manrico trastornado revela a Leonora que la gitana es su madre y canta entonces su determinación de salir del castillo sitiado, dejando en él a su prometida, para salvar a su madre: “Di quella pira” (De aquella hoguera...”). Leonora, Ruiz y el coro de soldados se le unen a Manrico. Finalmente sale y corre en ayuda de su madre.
ACTO IV
Escena 1
El castillo de Aliaferia. Se distingue en la negra noche una torre de aspecto siniestro, con estrechas ventanas con barrotes. El rescate de Azucena ha fracasado y ambos están prisioneros. En la noche, Leonora se acerca a la torre, acompañada de Ruiz con el propósito de salvar a Manrico a cualquier precio, quien posteriormente se aleja discretamente. La joven medita sobre la trágica suerte de su prometido que ahora se encuentra prisionero en la torre. Canta “S'amor sull'ali rosee” (“En las rosadas alas del amor”). Al principio sólo se escucha a lo lejos un coro que entona el “Miserere” por alguien que está a punto de morir, y sobre este fondo surgen los lamentos de Manrico, un grito de amor y de resignación, y los aciagos presentimientos de Leonora; la cual reafirma su voluntad y su certeza de salvarlo, incluso pagando con su propia vida.
Entra en escena el Conde de Luna dando sus instrucciones: al alba el hijo morirá por el hacha y la madre por el fuego. Sin embargo su triunfo es incompleto, pues Leonora ha desaparecido. Su sorpresa es muy grande cuando ella se presenta ante él. Y su despecho es aún mayor cuando le suplica, en términos patéticos, que perdone al trovador, loco de celos, él rehúsa. Desesperada Leonora se ofrece en matrimonio al Conde a cambio de la libertad de Manrico, si bien tiene el propósito de envenenarse cuando aquél esté libre: “Mira d'acerba lagrime” (“Mira las amargas lágrimas”). En primer lugar incrédulo, después lleno de alegría, el Conde acepta jubiloso y se apresura a modificar sus primeras instrucciones, mientras que Leonora absorbe furtivamente el veneno contenido en su anillo.
Escena 2
Un calabozo sórdido en el interior de la torre. Manrico se esfuerza por calmar a Azucena, prometiéndole sacarla de allí, que ante la perspectiva de la hoguera casi ha enloquecido. Manrico acaba por tener éxito en calmar a la agitada mujer. Azucena recuerda los días felices cuando ellos vivían en las montañas: “Ai nostri monti” (“A nuestros montes”), y acaba por dormirse.
Entra Leonora y dice a Manrico que está libre, pero al saber el precio de esta libertad, la rechaza. El veneno comienza a hacer efecto, entonces Leonora le dice que ha tomado un veneno y muere en los brazos de su amado. Llega el Conde y al conocer lo ocurrido, se siente burlado y ordena la ejecución de Manrico, que es conducido fuera de la torre. Entonces Azucena se despierta y, desde la ventana, ve caer la cabeza de su hijo... adoptivo; y dice al Conde que la persona a la que ha mandado ejecutar es su propio hermano y con furiosa alegría exclama que, por fin, su madre ha sido vengada. Ella se desploma a su vez, aparentemente muerta de emoción; y el Conde dice la última palabra reprochándose el “vivir todavía”.