ACTO I : La plaza principal en el centro de Palermo, 1282. Un grupo de soldados franceses beben y cantan acerca de su tierra natal, atrayendo miradas maliciosas de los sicilianos que los rodean. Mientras los soldados cantan, los sicilianos piensan solamente en vengarse. Entra la duquesa Elena vestida de luto, provocando la admiración de los soldados franceses. Los franceses han matado a su hermano, Federico de Austria, y Elena reza para poder vengarlo. Los soldados ebrios resuelven que es momento para una canción, y deciden que sea Elena quien la cante. A pesar de tal insulto a su dignidad, Elena acepta cantar y da comienzo a una balada que cuenta acerca de una embarcación resistiendo una tormenta en el mar. Los sicilianos que la rodean entienden que Elena los está exhortando a que sean valientes; pero los distraídos soldados franceses no entienden el verdadero significado de la canción de Elena. Los sicilianos, llenos de coraje y de odio, se preparan para atacar a los franceses; pero la aparición de Monforte, el gobernador francés, los detiene.
Momentos después de la llegada de Monforte, Arrigo, un joven revolucionario, corre hasta donde está Elena. Sin ver a Monforte, le anuncia que ha sido liberado de la prisión. Le cuenta que “los jueces, aunque miedosos, han dado un veredicto honesto, y lo han hecho a pesar de Monforte”. Divertido, Monforte cuestiona a Arrigo sobre sus opiniones acerca del gobernador francés. Sin reconocer al extraño, Arrigo manifiesta que le encantaría tomar venganza de Monforte. Cuando Monforte revela su verdadera identidad, Arrigo no pide disculpas.
Monforte cuestiona a Arrigo y queda impresionado con sus respuestas desafiantes y valientes. Sabe que debe castigarlo, en cambio le ofrece un lugar entre sus funcionarios. Arrigo rechaza tal supuesto honor. Enojado, Monforte deja que Arrigo se vaya, pero le advierte que no se acerque mucho a Elena. Ignorando el consejo, Arrigo se apresura hacia el palacio de Elena.
ACTO II: El campo cerca de Palermo. Giovanni da Procida, un patriota siciliano que ha estado en el extranjero por algún tiempo, desciende de una embarcación pequeña a la playa de su tierra nativa. Conmovido, canta su añoranza por Palermo, e incita a los ciudadanos a recuperar la gloria de antaño. Arrigo y Elena llegan para dar la bienvenida a Procida, el cual les cuenta que ha recorrido el mundo solicitando ayuda de los poderes extranjeros para deshacerse de la opresión francesa. Pedro de Aragón ha prometido ayudarlos, pero solamente si toda Sicilia se rebela. Juntos, los tres planean comenzar una rebelión cuando las parejas de la ciudad se comprometan, aprovechando la cuantiosa concurrencia.
Solos al irse Procida, Arrigo declara su amor a Elena. Ella admite corresponderle, pero todavía está de luto por su hermano. Le dice a Arrigo que si de veras la ama, debe vengar el asesinato de su hermano. Un funcionario francés interrumpe la conversación trayendo una invitación para Arrigo a un baile en casa del gobernador esa misma noche. Arrigo rechaza la invitación. Ofendido por el insulto, el funcionario ordena a unos soldados que lo lleven a la fiesta aún en contra de su voluntad. Arrastran a Arrigo hacia el palacio.
A la distancia aparecen jóvenes novios y novias caminando hacia el lugar de su boda. Un grupo de soldados franceses, fascinados con la visión de las novias, las raptan. Los hombres sicilianos tratan de rescatarlas, pero se dan por vencidos cuando los soldados franceses sacan sus espadas. Una vez que los franceses se han ido, Elena y Procida exhortan a los sicilianos. ¿Cómo han podido quedarse quietos mientras los franceses se llevaban a sus mujeres? Procida, Elena y los sicilianos deciden entrar al baile a escondidas para tomar revancha.
ACTO III: Solo en su estudio, Monforte recuerda a una niña joven a la que había raptado mucho tiempo atrás. La misma había tenido un hijo al cual mantuvo a escondidas del gobernador. La muchacha le había escrito una carta desde su lecho de muerte, revelándole la identidad de su hijo: es Arrigo. Monforte reflexiona y se da cuenta de que aunque está rodeado de lujos, añora la compañía de un hijo.
Los soldados arrastran a Arrigo y lo traen hasta donde Monforte. El gobernador le muestra la carta de su madre. La noticia de que Monforte es su padre destroza a Arrigo. El gobernador le ofrece riquezas, títulos honoríficos, lo que sea que su corazón anhele. Pero Arrigo no quiere nada, excepto que lo dejen solo. Monforte está profundamente herido. Ignorando los ruegos de su padre por que lo comprenda, Arrigo sale precipitadamente de la habitación.
Afuera, el baile está por comenzar. Arrigo se sorprende de encontrar a Elena y a Procida disfrazados en la fiesta. Ellos le informan que el baile está lleno de co-conspiradores, los cuales llevan en el cuello un moño negro de seda y planean matar a Monforte esa misma noche. Arrigo se horroriza, intenta advertir a Monforte del peligro, pero Monforte está más interesado en la reciente preocupación que Arrigo muestra por él, que en la amenaza de asesinato. Los conspiradores rodean a Monforte y están a punto de matarlo; cuando Arrigo, de un salto, protege a su padre poniendo su propio cuerpo entre Monforte y la daga de Elena. Elena, estupefacta, deja caer la daga; mientras soldados franceses corren a proteger a sus líderes. Monforte ordena que todos aquellos que lleven la señal de conspiración sean ejecutados, excepto Arrigo, a quien llama de “enemigo leal”. Los sicilianos están furiosos por la traición de Arrigo, quien, a su vez, está mortificado. Ruega a sus amigos que lo perdonen pero ellos lo acusan de traidor. Los sicilianos son conducidos a la cárcel.
ACTO IV: En el atrio de un Castillo. Arrigo obtiene permiso para visitar a sus amigos en la cárcel. Está profundamente disgustado: sus amigos creen que él los ha traicionado, cuando en realidad él moriría por ellos. Primero encuentra a Elena y le ruega perdón, por lo cual recibe solamente desprecio; pero cuando él le cuenta que Monforte es su padre, ella comienza a sentir compasión. Arrigo explica que no quiere ni las riquezas ni el poder de Monforte, sólo quiere vivir o morir al lado de Elena.
Entra Procida. Sin ver a Arrigo, informa a Elena de que un barco aragonés está cerca del puerto, listo para ayudar a los rebeldes sicilianos. Al ver a Arrigo, Procida inmediatamente da por sentado que ha venido espiar las actividades de los revolucionarios.
En ese momento entra Monforte pidiendo un sacerdote. Anuncia que van a matar a Elena y a Procida. Arrigo ruega a Monforte que salve las vidas de sus amigos y Monforte acepta bajo una condición: que Arrigo lo llame “padre”. Elena le ruega que no le obedezca y a cambio, la deje morir a ella. Arrigo se desgarra entre traicionar su causa y dejar morir a sus amigos.
Llevan a Elena y a Procida ante el verdugo. Cuando éste está por matar a Elena, Arrigo finalmente grita “¡Padre!” Los conspiradores son perdonados. Desbordante de alegría, Monforte anuncia que Elena y Arrigo se casarán para sellar la nueva amistad entre Sicilia y Francia. Al principio Elena se rehúsa, pero Procida le aconseja aceptar por el bien de su país. Monforte declara que el casamiento se celebrará ese mismo día, cuando suene la campana vespertina.
ACTO V: Los jardines del palacio de Monforte. Damas y caballeros cantan una serenata para Arrigo y Elena; están felizmente dichosos al contemplar la boda. La pareja se separa para ir a prepararse para la ceremonia.
Procida se acerca a Elena y le dice que su boda proporcionará la oportunidad perfecta para comenzar la revolución siciliana: Las campanas de su boda darán la señal a los sicilianos para comenzar la matanza de los franceses. Elena se horroriza. Es incapaz de traicionar a sus amigos pero tiene terror de que su esposo sea asesinado como conspirador francés: Intenta cancelar la boda. Afirma que la boda deshonraría la memoria de su hermano. Arrigo se enfurece. Ablandándose, Elena le asegura que puede explicarle todo, lo cual encoleriza a Procida.
Arrigo informa a Monforte de que Elena ha cancelado la boda. Monforte simplemente se ríe de los reclamos de Elena y une las manos de la pareja declarándolos esposos. Las campanas suenan y la revolución empieza mientras cae el telón.