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Attila

PRÓLOGO. En el comienzo del prólogo, en el año 452 después de Cristo, Atila ("el azote de Dios") ha invadido Italia y ha conquistado la ciudad de Aquilea. Entre las ruinas todavía humeantes de la ciudad, los hunos y los ostrogodos, desbordantes de alegría, están de fiesta y cantan alabanzas a Odin y a su rey. Atila hace una entrada triunfal en carro, los felicita, y en correspondencia todos lo aclaman como ministro y profeta de Odin. Su esclavo bretón, Uldino, ha, contrariamente a las órdenes de Atila de no perdonar a nadie, salvado a un grupo de mujeres que habían participado en la batalla y las ofrece al rey como recompensa. Odabella, la hija del señor de Aquilea, muerto a manos de Atila, está entre ellas y cuando Atila se sorprende de su coraje, ella le contesta que las mujeres italianas (contrariamente a las de los Hunos) están siempre dispuestas a defender a su país. Impresionado por su ardor, Atila le propone concederle un favor, lo que ella acepta con alegría, jurando utilizarlo para vengarse de él. Después de su partida, Atila envía a buscar al mensajero de Roma, el general Aecio (Aetius, que el venció el año anterior en la Galia en la batalla de Châlons), y lo recibe como a un valiente soldado y noble adversario. Aecio solicita hablar con él en privado. El emperador de Constantinopla, dice, está viejo y débil; Valentiniano es quién reina en occidente, no es más que un niño; el sugiere un acuerdo secreto ("repartirse el mundo"), Atila podrá conservar el mundo entero, siempre que Aecio pueda quedarse con Italia. Atila considera esta oferta como un acto de traición y lo rechaza: gente tan vil merece el azote de Odin. Aecio intenta retomar su papel de enviado de Roma, pero Atila declara que va a arrasar la ciudad soberbia y Aecio lo desafía a hacerlo.
Se produce un cambio de escena y aparecen las marismas de las lagunas del Adriático (más tarde se dará el nombre de Rialto a la ciudad que se fundará aquí). Poco antes del amanecer una tempestad causa estragos. Cuando se calma, dos ermitaños salen de su cabaña y glorifican a Dios en un altar hecho con piedras. El cielo se despeja y llegan unos barcos con refugiados de Aquilea a bordo. Foresto está a la cabeza de los refugiados y estos le aclaman como su salvador; pero Odabella, su prometida, le inspira mucha inquietud, sería preferible que ella estuviera muerta antes que en poder de los Hunos. Un poco más tarde el sol comienza a brillar y los aquilenses invitan a Foresto a considerar esto como un signo de esperanza. Les aconseja con insistencia construir una bella ciudad en ese lugar, entre el mar y el cielo, con el fin de que resucite de sus cenizas como un ave fénix.
ACTO I.- La primera escena acontece a la luz de la luna en un bosque al lado de un campamento establecido por Atila cerca de Roma. Odabella llora la muerte de su padre, pues le ha parecido ver su imagen entre las nubes que pasan; pero su imagen se transforma en la de Foresto, su prometido, que ella cree igualmente muerto. De repente Foresto (disfrazado de bárbaro) aparece delante de ella; en el colmo de la alegría, ella se lanza a su encuentro pero él la recibe con una actitud fría y colérica. Él la acusa de traición: ha afrontado unos peligros terribles para reunirse con ella y he aquí que la encuentra sonriente ante el asesino de su propio padre. Odabella le recuerda la historia bíblica de Judit y Holoformes, le convence de que es inocente y que está resuelta a vengarse. Foresto le pide perdón y se abrazan. Más tarde, en la tienda, Atila se despierta y le cuenta a su esclavo Uldino un sueño terrorífico que ha tenido: a las puertas de Roma, una persona muy anciana le ha salido al paso gritando:"Tu única tarea hasta ahora ha sido castigar a los mortales. Repliégate...., ahora el paso está cerrado; ¡esta tierra es el reino de Dios!" . Atila se calma, avergonzado de sus temores y en el acto reune a sus fuerzas armadas, al son de las trompetas ellos caerán sobre Roma. El coro canta las alabanzas a Odin, pero a lo lejos se escucha un himno muy diferente: una procesión de muchachas y de niños cristianos, vestidos de blanco y llevando palmas, se acerca, con Leo, el obispo romano, a la cabeza, el anciano del sueño de Atila. Cuando pronuncia las mismas palabras que en el sueño, Atila cree ver a San Pedro y a San Pablo que le cierrran el paso con unas espadas flamígeras, siendo presa del pánico. Él se postra en tierra con gran sorpresa de los Hunos, mientras que los cristianos alaban el poder del Dios eterno.
ACTO II.- El acto comienza en el campamento romano. Aecio está leyendo un mensaje del emperador informándole que se ha establecido una tregua con los Hunos y se le ordena regresar inmediatamente a Roma. Él está indignado de este tratamiento autoritario preocedente de un niño que parece tener más miedo de sus propias tropas que de las de Atila. Ve con amargura la decadencia actual de Roma y sueña con su glorioso pasado. Entra un grupo de esclavos de Atila e invitan a Aecio y a sus capitanes a un banquete en su honor. Uno de ellos, Foresto, se queda retrasado y le ordena a Aecio que tenga a sus hombres dispuestos a atacar a los Hunos durante la fiesta cuando se produzca una señal luminosa procedente de las montañas. Enzio está muy excitado ante la idea de poder vengar a su país, e incluso, si el cae en el campo del honor, al menos, se recordará su nombre como el último de los romanos.
En el banquete que tiene lugar en el campamento de Atila, los Hunos están aclamando a su rey cuando las trompetas anuncian la llegada de los invitados romanos. Mientras Atila se acerca para recibirlos, un grupo de Druidas le murmura que Odin les ha prevenido para que no se sienten a la mesa con sus antiguos enemigos. Él les rechaza con impaciencia, y ordena a los sacerdotes que canten y bailen, pero en el momento de terminar su canto, una súbita y violenta ráfaga de viento apaga la mayor parte de las antorchas que iluminan el banquete. En la confusión que sigue, Aecio renueva su proposición a Atila, pero, de nuevo, él tropieza con el desprecio de éste. Foresto revela a Odabella que Uldino va muy pronto a ofrecer a Atila una copa de vino envenenado. Este proceder disgusta mucho a Odabella, pues le impide vengarse ella misma. El cielo se aclara y las antorchas vuelven a encenderse. Atila está a punto de realizar un brindis en honor de Odin, cuando Odabella lo detiene y le dice que su copa está envenenada. Furioso el rey quiere saber quién es el responsable, por lo que Foresto se da a conocer. Con una mueca de desprecio, se rie de la amenaza de muerte que Atila ha realizado contra él. Odabella solicita al rey que le conceda la vida de Foresto como recompensa por haberle salvado la vida.
Atila acepta y, como testimonio de su reconocimiento, jura hacerla su reina. Ella empuja a Foresto para que huya, y él hace el juramento de vengarse de su aparente perfidia. Al mismo tiempo, los Hunos piden a su rey que reemprenda la guerra contra los pérfidos romanos.
ACTO III.- Al levantarse el telón, Foresto se encuentra solo en un bosque al amanecer, esperando conocer por Uldino cuando tendrá lugar la boda entre Odabella y Atila. Se entera que la procesión está ya próxima, y le tortura la idea de que una joven tan pura y tan bella lo haya traicionado. Aecio entra precipitadamente para decirle a Foresto que sus hombres espran la señal para atacar a los Hunos. Se oye a lo lejos el himno nupcial. Pero al instante aparece Odabella, enloquecida, suplicando al fantasma de su padre que le perdone su boda con el hombre que lo ha matado.
Foresto declara que es demasiado tarde para arrepentirse, pero ella protesta y le dice que siempre le ha amado. Llega Atila buscando a su esposa. La encuentra con Aecio y Foresto y los acusa a todos de haberlo traicionado: a Odabella que la ha hecho su reina, a Foresto al cual le ha perdonado su vida y a Aecio por quien Roma fue salvada.
Todos le responden con odio, y al momento escuchan los gritos de los romanos que atacan a los Hunos por sorpresa, Odabella apuñala a Atila: "¿Tú también, Odabella?" le murmura él; pero sus palabras son ahogadas por los gritos de los romanos que se alegran, pues ellos han sido vengados al fin

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