Prólogo
En casa del hombre más rico de la ciudad, se ofrecerá una cena de gala a ilustres invitados. La velada incluirá el estreno de una ópera seria basada en la leyenda de Ariadna y concebida por un nuevo compositor. Su maestro de música descubre con asombro que, inmediatamente después de la creación de su alumno, se representará una comedia italiana. Ante su molestia, El mayordomo le recuerda que el único que consiente, contrata y determina los eventos es su aristocrático señor. Apenas se van, el joven compositor se presenta para un ensayo final, pero Un lacayo insolente le informa que los violines están tocando en el banquete. Una inspiración repentina le trae una nueva melodía, mientras El tenor discute con los peluqueros y no lo escucha. Zerbinetta cruza el escenario con los comediantes Arlequín, Scaramuccio, Truffaldino y Brighella. Al principio, El compositor se siente atraído por ella, pero luego se indigna al saber que es con esa compañía teatral que compartirá el escenario.
La Prima donna también se contraría al ver a los cómicos. Sin embargo, más lo están ellos: imaginan que será imposible hacer reír después de un drama. El maestro de danza los consuela con el argumento contrario: ver el drama motivará a la audiencia a, por fin, entretenerse. El lacayo anuncia que los invitados se levantan de la mesa y El mayordomo informa que el Señor decidió que ambas obras se representen al mismo tiempo para terminar antes de los fuegos artificiales programados en el jardín. Cómo hacerlo es algo que competerá a los artistas.
Entre la consternación, las conspiraciones y la búsqueda de soluciones que genera la noticia, el impetuoso compositor rechaza introducir cambios a su ópera. Su maestro le señala que la retribución depende de aceptar la situación y aconseja prudencia. Mientras, Zerbinetta despliega todo su encanto sobre él, haciéndolo abandonar sus objeciones, con la confianza de que la música demostrará ser la más elevada de las artes. Súbitamente, todos corren: la ópera está por comenzar. El compositor despierta de su éxtasis y vuelve a agobiarse con la vulgaridad que lo rodea.
Ópera
Ariadna está en su gruta acompañada por las ninfas Náyade, Dryade y Eco, que se solidarizan con su dolor: para salvar a su amado Teseo del laberinto del Minotauro, Ariadna traicionó a su padre, expuso su propia vida y huyó con él. Pero una vez en la isla de Naxos, mientras ella dormía, Teseo la abandonó.
Entran los bufones y tratan de animarla, pero es en vano. Ariadna rememora sus momentos de felicidad con Teseo. Ese pasado hermoso ya no existe, ella sólo desea morir. Arlequín intenta animarla con una pequeña canción que pronto se revela inútil y, en vez de alentarla, se entristece con sus lamentos. Ariadna evoca un reino donde todo es puro y tranquilo: el de la muerte. Hermes vendrá a llevársela, la transformará y será eterna.
Arlequín vuelve con la compañía de cómicos que cantan y bailan, hasta que Zerbinetta los aleja para hablar con Ariadna de mujer a mujer. Entonces Zerbinetta describe la fragilidad femenina, la maldad humana y el hábito de cambiar un viejo amor por otro nuevo. Pero Ariadna tampoco le presta atención y se retira a su cueva. La compañía, exasperada por la autocompasión de Ariadna, desiste de animarla y canturrea, bailotea y juega para sí misma.
De pronto, se avista un barco. Náyade, Dríade y Eco, entusiasmadas, llaman a Ariadna creyendo que es el esperado Teseo. En realidad, se trata de Baco que huyó de Circe, la maga que transforma a los hombres en animales y hierbas, pero que no pudo atraparlo. Ariadna lo confunde con la muerte y se dispone a dejarse llevar a su fatal destino. Baco cree estar ante otra maga, pero Ariadna lo cautiva. Él le cuenta que vino en barco y ella le pide que la lleve con él. Entonces, Baco le anuncia su divinidad y cumple el pedido, pero juntos y enamorados ascienden a los cielos. La tristeza deja paso al amor confirmando, así, la predicción de Zerbinetta.